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29 abril 2018

Anhelando las carreras

El rocío todavía estaba presente sobre las escaleras metálicas de acceso a las oficinas y despachos. El aire fresco y mudo me arropaba en mi andar solitario. Al alzar mi mirada hacia el cielo, un grupo de estorninos cruzaba delante de mi rompiendo el silencio con su gorjeo y su vuelo tan bien formado.

Así comenzaba una mañana más en el Circuit del Garraf.

Tras abrir el despacho donde se guardaban las llaves de acceso al circuito un fuerte hedor a humedad y polvo acumulado taponaba mis fosas nasales de nostalgia. Abrí el cajón de la vieja mesa metálica y tomé las llaves de acceso al circuito. Antes de abandonar el despacho me acerqué a la ventana por la cuál se podía observar la tribuna principal y gran parte del circuito, froté ligeramente el cristal para desempañar el vidrio en movimientos circulares y estuve un rato con la vista perdida en el horizonte, recordando grandes hazañas vividas en este trazado. No pude evitar que un par de lágrimas de tristeza y olvido recorrieran mis frías mejillas. 

Introduje la llave en la persiana de acceso al almacén de mantenimiento y tomé la escoba y el recogedor para realizar una limpieza rápida de las instalaciones. Tenía mucho trabajo por hacer.

El viento de vez en cuando, soplaba con fuerza detrás de mi y me hacía recordar el paso de los bólidos a gran velocidad por la recta principal dejando esa misma estela de aire ... El sol comenzaba a despuntar sobre el horizonte y los primeros rayos alumbraban la torre de control y el pase Vip, donde tanta acción y glamour había acontecido ... qué momentos tan inolvidables habíamos disfrutado juntos.

Las horas pasaban lentas pero inexorablemente, los boxes vacíos desprendían tristeza, apenas una tuerca métrica inerte en un rincón podía describir la magnitud de escenas vividas ahí dentro, antes y después de las carreras, todo impregnado con el olor a aceite arrojado por el brío de los motores. Sólo el box número 24 aguardaba un vehículo, propiedad del dueño del circuito, un viejo Ford GT 40 del 67 con evidentes señales de corrosión en la carrocería y llantas, no recuerdo con certeza la última vez que le oí rugir. Una inmensa tela de araña cubría los limpiaparabrisas y la luna delantera, por la cual, el polvo no dejaba ver el interior. Cada vez que me acercaba a él una sensación de nerviosismo y emoción se apoderaba de mí, como si violara lo inviolable, me sentía un polizonte en ese box, pero quería acariciar con mi mano la silueta de aquél Ford que tanto había visto volar sobre el trazado, el amo era un gran piloto, pero esa máquina te convertía en mejor piloto.

No me pude resistir y mirando detrás de mi y hacia los lados me iba acercando prudentemente pero con decisión hacia ese coche de carreras. El eco de mis pasos resonaban en todas las paredes del box condenando mi acción y recordándome que el acceso al box 24 estaba restringido, prohibido.

A medida que me acercaba, mi pecho se quedaba sin aire y mi corazón se aceleraba .. era impresionante tenerlo y contemplarlo tan de cerca, a pesar su estado deplorable, mantenía una presencia majestuosa, digna de los mejores coches de competición de la historia jamás creados.

Qué desazón tan grande inundaba mi alma, mis manos se acercaron al Ford GT y acaricié suavemente la curva del morro, subí la mano por el techo y acabé por la cola ... aproveché y arranqué la tela de araña que atrapaba el paso del tiempo ... acerqué mi mano a la puerta del conductor y suavemente ejercí presión sobre el tirador ... en ese mismo momento recordé mi infancia cuando por primera vez me quedé sólo en casa y abrí el cajón prohibido de la habitación de mis padres ... la puerta chirrió con exasperación, el olor a cuero se liberó de su enclaustro y mis pupilas se dilataron. Había profanado la reliquia.

Tras un largo tiempo sentado adulando el volante, el cambio de marchas y los pedales consideré que estaba tentando mi suerte y que ya había pasado suficientemente tiempo allí, en el lugar prohibido, así que salí del coche. Antes de cerrar la puerta chirriante, saqué de mi bolsa de trabajo un tubo de grasa y apliqué una poca en las bisagras, quise calmar sus sollozos de aqueja producidos por el paso del tiempo.

Al abandonar el box no pude evitar volver la mirada hacia atrás para recordar de nuevo el momento de intimidad que habíamos pasado juntos, él y yo ... entonces quedé perplejo, atónito ... no creí recordar haber encendido las luces delanteras ni siquiera que tuviera la batería conectada ...
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